Rio Gallegos - Santa Cruz. 18 de Mayo del 2024
NEUQUÉN

Otro caso enfrenta el dilema de muerte digna

Juanita Fuentealba se encuentra en estado vegetativo desde hace casi 13 años. Su hijo Alejandro la cuida en el hospital Bouquet Roldán de Neuquén. Estuvo internada en Luncec junto a Marcelo Diez.



El caso de Juanita Fuentealba es tan doloroso como el de Marcelo Díez. Hace más de 12 años, allá por octubre de 2002, esta mujer neuquina ingresó al quirófano de una clínica privada de la capital para una operación de rutina, una intervención en un hombro que se le dislocaba constantemente y no la dejaba en paz. Del quirófano salió dormida, y jamás despertó. Al menos de manera consciente. No volvió a comunicarse, a abrazar o dar un beso.

Su hijo Alejandro estuvo cada mañana, cada tarde sentado en su cama, hablándole, leyéndole, rezando. Nada pasó, y todo pasó. Porque, si bien el caso no tomó la repercusión que el de Diez, la vida para esta familia se volvió un tormento.

Alejandro Fuentealba está de acuerdo con el fallo de la Corte Suprema que apoyó la muerte digna en el caso Diez. Un fallo que marcó un precedente y que por estas horas genera un fuerte debate en los pasillos de la medicina nacional. Está de acuerdo e incluso convivió con los Diez durante una década en la clínica Luncec. Por ahora no piensa pedir ante la justicia que a su madre, en estado vegetativo persistente hace más de una década, le quiten el soporte vital. Pero no lo descarta. No tiene esperanzas y sabe que Juanita "jamás volverá a estar consciente, nunca volverá a comunicarse conmigo". Pero en su interior está cruzado por una tormenta de contradicciones. Pide poder acompañar dignamente el final en la vida de su madre, un final que "es indigno para ella". No sabe si le faltan agallas para hacer o pedir lo que las hermanas de Marcelo Diez. Cree en otro camino, duro y contradictorio.

El caso alimenta la polémica que se suscitó desde el 7 de julio, día del fallo y de la muerte de Marcelo Diez, y también desnuda una gran carencia del sistema, que "tiene muchos problemas para sanar a las personas con posibilidades y que no siquiera contempla a los pacientes como Juanita desde el cierre de Luncec", dice el abogado de Alejandro, Silvio Baggio. "Esta mujer debería tener otro tipos de cuidados especiales. Su hijo es su acompañante terapéutico. Y en el hospital se le va la vida" Hay un dato sustancial: muchas obras sociales no contemplan los tratamientos y cuidados para estos pacientes, y un día de internación en una clínica privada ronda los 5.000 pesos.

Hoy, después del cierre de la clínica Luncec, Juanita está acostada en posición fetal en una de las camas de internación del hospital Bouquet Roldán. Su cuadro, como el de tantos vecinos de la región , es el de estado vegetativo persistente (EVP). Hace largos años que Juanita, según la Multi-Society Task Force, es una mujer excepcional: ocurre que para esta organización -dato que se incluyó en el fallo de la Corte Suprema sobre el caso Diez- el índice de mortalidad de las personas que pasan diez años en EVP es del 90%.

Para su hijo también fue una mujer excepcional: "Era vital, activa, solidaria. Trabajaba para una ONG, se vestía de payaso para alegrar en fiestas de gente carenciada, llevaba ropa y comida a comunidades indígenas cordilleranas. Cuando le pasó lo que le pasó, estaba recién jubilada. Era una tejedora independiente, tenía una mercería, éramos felices..." .

Alejandro jamás pensó que su vida cambiaría invariablemente cuando vio salir a su madre hacia el quirófano ese 29 de octubre de 2002. Era una operación de hombro, algo relativamente sencillo, pero las cosas no salieron bien. Todavía no sabe lo que ocurrió en esa sala, pero Juanita sufrió una hipoxia y una parte de su cerebro se apagó. "El de la conciencia", dice Alejandro, quien inició en el 2011 acciones legales contra el equipo médico de esa clínica privada y contra la obra social. El duro peregrinar fue el siguiente: a Juanita la operaron, estuvo seis meses en terapia intensiva en esa clínica, Alejandro la internó en su domicilio otro medio año; luego transcurrieron más de once años en Luncec, hasta el 30 de junio pasado, cuando cerró y la mujer terminó en una cama del Bouquet Roldán, en posición fetal, a veces con los ojos abiertos pero desconectada del mundo. Siempre con su hijo al lado. (Sebastián Busader)


Miércoles, 15 de julio de 2015


 
 


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