Durante los primeros días del mes de mayo se realizó en Buenos Aires la 40 Feria Internacional del Libro, con una concurrencia que superó las expectativas de los organizadores. El salón utilizado para que las provincias argentinas y organizaciones gubernamentales o no sin fines de lucro pudieran exponer sus obras literarias, científicas o de divulgación contó con la presencia entre otras de la Provincia de Santiago del Estero, Salta o Chubut, pero una de las grandes ausentes resultó ser la nuestra, Santa Cruz.
Realmente fueron también otras provincias las que no construyeron su stand en los lugares asignados, hecho que se halla confirmado, toda vez que en el salón que nos ocupa se encontraban lugares vacíos y espacios que no se usaban.
Todos aquellos santacruceños que tuvieron la suerte de viajar a buenos aires y recorrer esta feria se sintieron sin duda defraudados al no encontrar el stand de la provincia e impotentes al saber que no se muestre esta parte de nuestra cultura a la gran cantidad de gente que la pudo recorrer en su totalidad.
Seguramente podrá haber una respuesta de las autoridades provinciales por la no presencia, pero lo que sin duda no podrá haber será una explicación de los motivos por los cuales se negó la posibilidad de sentirnos representados en esta fiesta del libro más importante del país.
Este hecho, lejano para muchos por no tener la posibilidad de viajar hasta buenos aires por motivos económicos o laborales, pasa a formar parte de la vida local, si tenemos en cuenta la poca o nula publicidad que se realiza de la próxima feria del libro a realizarse en nuestra ciudad.
Seguramente son pocos aquellos que conocen si se realizará la feria provincial del libro en Rio Gallegos, y son mucho menos aquellos que tienen conocimiento de las fechas de inicio y cierre de la misma.
La ausencia, la no participación, la no motivación o incentivación, como el desconocimiento, inoperancia e inobservancia de la difusión de nuestra cultura, y más específicamente de los libros y sus autores, seguramente nos hacen retroceder en el tiempo hasta aquellas épocas históricas de Grecia o Roma, que ausentes de la lectoescritura, dependían exclusivamente de la tradición oral.
Por todo lo expuesto, hoy nuestra cultura llora, gime y se lamenta de no poder tener funcionarios que se ocupen y preocupen de ella, pero igualmente lo hace porque los ciudadanos tampoco reclaman ni exigen que se promueva.